jueves, 12 de agosto de 2010

Dichoso calor

Sí, dichoso, de dicha: felicidad, suerte. Dichoso calor.

Porque sí, porque odio esta isla en verano, porque siempre he querido irme al norte, al frío, pero ahora...ahora respiro distinto, veo esta isla como un lugar de vacaciones, y me gusta, será que ya me he mentalizado.

Hoy estaba en esa cafetería, con mi libro de Anne Rice en la mano, bajo el aire acondicionado. Miré la hora. Tenía que irme. Guardé el libro en el bolso, y me dispuse a salir.

Un pie en la calle. Empuje de calor. Sí, de calor.

El contraste del aire cálido y el fresco interior debería haberme provocado un sofoco, pero sentía casi como si el viento me abrazara, como si me dijera el mundo exterior: "¡BIENVENIDA!"

Se me dibujó una sonrisa en la cara. Emprendí mi camino, con calma. Podía sentir mis poros abriéndose al sol incisivo, como si fueran los girasoles que una vez Van Gogh retrató.

Me sentía protegida, como si una manta me cubriera, pero no era esa pesadez o bochorno característico de estos veranos, más bien una calidez casi maternal. La brisa soplaba, espantando la sensación de agobio, refrescando mi rostro.

Con los ojos cerrados, dejándome envolver por esa sensación, caminaba calle abajo. Sonaba "Mochimo Taiyou Ga Naku Natta To Shitara" de OneOkRock ("Si el sol desapareciese").

Con cuidado abrí los ojos de nuevo, a la luz, por suerte mis gafas de sol me protegían levemente. La ciudad estaba prácticamente desierta, en algún lugar se oía el motor de un coche acercándose, en otro, un niño. Era una tarde agradable, resultaba fácil olvidarse de todo.

De vez en cuando, al verme obligada a parar en el asfalto a causa de un paso de peatones, sentía el ardiente alquitrán de la carretera: "algún día mis zapatillas no lo soportarán y se fundirán con el suelo" pensaba. Reía sólo con pensarlo. ¡Imaginadme atrapada en la carretera por el calor!

Mis pies seguían su camino, avanzaba. Un brusco golpe de aire me trajo olor a playa. ¿En medio de la ciudad? ¡Imposible! Unos metros más adelante descubrí una toalla colgada en algún balcón. Ahora lo entendía, olía a mar, a arena, a crema, y a algodón.

Atravesaba un descampado. Llevaba el pelo recogido, realmente me apenaba, me gustaría notar el viento jugando con mi pelo, pero podría ahogarme en mi propio calor si paraba un segundo a causa de mi melena. De ese modo, dejé que los rebeldes mechones que huían del recogido, y aquellos que caían sobre mi cara, bailaran con la brisa.

Iba al ritmo de la música, caminaba a ritmo de rock, pero no me asfixiaba, me sentía libre. Tenía ganas de extender los brazos y, con los ojos cerrados y la mirada al cielo, echar a volar. Oía el crujir de las pequeñas piedras bajo mis pies, en los momentos de silencio de la música.

Llegué a la estación. Me introduje en la estructura antropogénica, y en el mundo del aire acondicionado.





"Adiós calor, volveré a visitarte."



Besos de menta 

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