sábado, 11 de diciembre de 2010

Mirando al mar


Sentada en lo alto del monte, mirando hacia el mar, con el faro de la Torre de Hércules sellando el paisaje, se me hace imposible no pensar en todos esos pequeños detalles que animan la rutina, tan absurdamente incostante, que me rodea.

No puedo evitar no suspirar pensando en la sensación que provoca en mi oír el sonido de la lluvia cayendo tras la ventana, o salir a la calle y notar el olor a asfalto húmedo. 

Pienso en la nocturna playa, en la arena fría, en la brisa helada y el olor a mar.

Soy de esas personas que chupan el picapica de las gominolas antes de morderlas, y también soy de esas que comen helado directamente de la tarrina. 

Saboreo la acidez de esa manzana verde, cuya piel cruje al ser mordida, y cuyo jugo hace que se me cierren los ojos por su verdor.

Adoro tumbarme boca arriba en mi cama y notar el paso del tiempo, o echarme sobre la hierba recién cortada y palpar la humedad bajo las palmas de mis manos. Y después, e  s  t  i  r  a  r  m  e      m u c h o    m u c h o,para volver a relajarme.

Me gusta esa sensación en mi piel cuando, en otoño y con solo con una chaqueta, siento que se eriza por el contraste del sol y el frío.

Soy esa chica que se sienta en el bus, junto a la ventana, con la música a todo volumen como si fuera una banda sonora; esa chica que cuando se concentra mucho cierra los ojos, pero no se da cuenta hasta que los vuelve a abrir.

La misma que sonríe cuando ve la luna en el cielo, y fantasea con mil y un mundos.








Es la hora del té. Liebre, pasáme la mantequilla, me temo que el reloj a dejado de funcionar.



Besos de menta 

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